Había ido al aeropuerto Tenerife-Norte. No recuerdo a dónde iba. Y me puse a esperar como en todo aeropuerto. Entonces le vi. Sentado en un asiento de esos de hileras, solo. Lo mire, aún sorprendida, me acerque a él. Le pregunte si era Saramago; me dijo que si. Le pedí un autógrafo. Me lo dio. Y escribió algunas líneas más. Estuvimos hablando una media hora. Oímos una llamada por los altavoces. Nos despedimos con un apretón de manos y una sonrisa. Aún conservo ese autógrafo, y recuerdo esa memorable media hora de conversación.
Pensé en la familia Savages, esa fabulosa película con dos imponentes actores (ella y el). Adoro a esos personajes. Son terriblemente humanos, están increíblemente estropeados y totalmente jodidos. Dos personas incompatibles, dañadas y que se encuentran en una especie de desarrollo suspendido. Y se reencuentran, a pesar de la carrera de obstáculos de esta vida.
La tierra rota cada vez más aceleradamente, y su inclinación es cada vez mayor. Y se acerca más al Sol. Y la luna se aleja.
Ay, dónde estarán mis flores, banderas del alma, fragancias del aire, alegría para los ojos!
Son episodios inconexos, ¡o no!
